Dejar de luchar contra todo. Soltar las pesadas amarras de lo que no se puede y se vuelve insostenible. Aceptar que esta es nuestra realidad por ahora y vivir un día a la vez: Lo hemos escuchado muchas veces, suena bien, “fluye”, “vive el presente”, “enfócate en lo que está pasando”, “no futurices ni te claves en el pasado” y de pronto estamos aquí, tratando de hacer que todo eso suceda y a la vez padeciendo todo lo que nos está sucediendo porque nadie, absolutamente nadie, tenía esto en sus planes, en su agenda, en su plan de vida o en sus propósitos de año nuevo. Una pausa de seis meses, una cuarentena que se extiende hasta volver su nombre ridículo…
Escucho a muchas personas decir que este año ya es perdido, otras tantas presumir que han aprendido tanto y logrado tantas cosas que de otro modo no podrían. Para mí, trabajadora independiente, mujer autogestionada, autoadministrada, autoempleada y -sobretodo- neurótica, ha sido muy difícil aceptar que no existen las condiciones para reunirse, para participar en eventos, para dar los talleres que doy, al menos como los había dado hasta ahora. Luché, luché contra toda lógica para mantenerme en control de la situación. Seguí planeando con ahínco y sufriendo una y otra vez el frustrante ataque de lo imprevisto y de pronto se viene sobre mí esta posibilidad maravillosa dejar de empujar el carro, de dejar de ser yo la que con ambas manos y todas sus fuerzas se impulsa la manivela que pone a funcionar todo: y las cosas se mueven; los grupos, las alumnas, los afectos, los aprendizajes se administran solos por un tiempo, son ellxs, mis alumnxs quienes se hacen cargo de estar en contacto unxs con otrxs y conmigo, de que se muevan los contenidos de los grupos y se lleven a cabo, ocasionalmente, las reuniones en línea. Su creatividad y fluidez me apabulla; su capacidad para la esperanza cura mis miedos…
Gracias a su ejemplo, renuncié con fe y alegría al arraigado hábito de controlar hasta el más mínimo detalle. Pospuse hasta el próximo año los talleres que se me quedaron pendientes, solté los que tenía proyectados para los primeros 6 meses del “de la pandemia”, lidié con quienes desconsoladxs insistían en preguntarme si no podía abrir otros en línea o continuar los que se habían
suspendido y entendí que no porque tendría que dejar de lado a quienes tuvieran miedo de llegar o marginar a mis estudiantes que no conocen de tecnologías o no tienen un buen internet en casa; entendí que no podía, porque hay talleres que necesitan el suspiro, los olores, la mirada y la voz y me tuve que negar y me negué sin culpa, porque tenía que vivir al día y aceptar que yo tampoco lo tenía planeado. Por ahora tendríamos que conformarnos todxs con abrazar la incertidumbre.
Quiero creer que el próximo año los talleres estarán llenos alumnxs convencidxs que refrendarán su compromiso, aunque sea seis meses después, diez meses después, un año después. Quiero creer que tomaremos más en serio la oportunidad de crear, reflexionar y compartir la escritura y su proceso. Quiero creer y creo que esta experiencia me dará nuevas herramientas para comprender a aquellxs estudiantes que, a veces, simplemente son superados por las circunstancias en su camino de aprendizaje y a los que yo antes con mucha dificultad entendía. Creo que la próxima vez que esté frente a un grupo de carne y hueso -sin vidrios, pantallas, ni kilómetros por medio- estaré más consciente de todo lo que se conjuga para generar ese momento sagrado del encuentro y que entonces, me habré convertido en una persona más espontánea y fluida, pero, sobre todo, en una mejor maestra.