Puro y bestial: Sobre las mujeres de letras y sus amores de cuatro patas (2)

(Segunda entrega: las perreras)

De pequeños, torpes y alocados; de adultos, pausados y soñolientos. Tiernos siempre y dispuestos a la entrega más profunda a cambio de una atención esporádica y tibia. Lxs perrxs aman frenéticamente y es su adicción al amor, lo que lxs hace irresistibles. Su persistencia en el afecto, su mirada melíflua de eternxs enamoradxs, lxs convierte en guardianxs de un sueño de otra forma inconcebible: que el amor verdadero existe en este mundo, no como el estado voluntarioso de dos circunstancias o dos temperamentos, sino como una disposición profunda y definitiva.


Dispuestxs a esperar la más pura de las correspondencias, estxs canes acompañan a sus escritoras en fama y presencia y constituyen en no pocos de los casos, el reflejo más confiable de su personalidad. Existen desde luego muchas, muchísimas historias como las que a continuación compilo para ustedes, pero debí tomar para este espacio sólo las que me conmovieron más ¡Bienvenidxs, nuevamente!

Emily Dickinson fue una excéntrica poeta estadounidense que probablemente sufría de agorafobia, ya que cada año de su vida se fue recluyendo más y más hasta quedar totalmente confinada a su recámara en la que escribió 1800 poemas que son considerados fundamentales dentro de la tradición literaria de su país. Su decreciente interés por las personas estuvo acompañado de una pasión constante por los perros y las plantas. A pesar de haber tenido varios perros en su vida, Carlo es el único que goza de enorme nombre y fama, probablemente porque en los años que estuvieron juntxs (1849- 1966) la poeta todavía mantenía correspondencia con amigxs e intelectuales de la época a quienes les contaba sobre sus travesuras.


Aquel enorme e inseparable perro negro, fue homenajeado también con varios poemas a lo largo de su vida y después de muerto. Inclusive Emily le confesó a su amada cuñada que estaba segura que si moría e iba al cielo el primero que saldría a su encuentro sería su “dear, faithful old friend Carlo”. Radclyffe Hall, autora de la primera novela lésbica The well of loneliness tenía dos enormes debilidades en la vida: las mujeres que cantaban y lxs perrxs. Ella y su pareja de vida, la escultora y traductora Una Troubridge tuvieron varias “colecciones” de ellxs en las diversas casas que compartieron en sus veintiséis años
de relación.


Cuando jóvenes tuvieron varixs perrxs salchicha y ya en los últimos años de la vida de Hall, parejas o tercias de bulldog franceses y french poodles gigantes. Juntas e individualmente, se fotografiaron con miembros de su manada y en no pocas ocasiones, aparece la familia completa: de dos y de cuatro patas. La pasión de Hall por sus mascotas está presente en su conocida novela en la que una joven e incomprendida Stephen Gordon se siente cómoda y feliz únicamente en la amorosa compañía de su caballo y perros.

Virginia Woolf. Pocxs saben que el primer ensayo que Woolf logró publicar en su vida era un largo y sentido obituario al perro de la familia. Muchos años después, ya en el pináculo de su carrera, la escritora dedicará nuevamente un original homenaje literario a esta relación de complicidad y entendimiento en su novela Flush. Con los años, la escritora, que podría considerarse casi una anacoreta, disfrutaba cada vez menos de la compañía de las únicas personas con las que departía, escritorxs e intelectuales, pero hasta en sus años de mayor soledad y depresión, tuvo a su lado a sus perros, en su mayoría Cocker Spaniel, como lo era Flush.


Alison Light se atreve inclusive a afirmar que en este ejercicio de “habitar otras especies”, Virginia Woolf había encontrado el mejor de sus disfraces.

Agatha Christie es una escritora policíaca cuyos libros encontramos indefectiblemente en las bibliotecas de nuestras madres, abuelos, tíos, escuelas… Su amor por los perros fue sin lugar a dudas, tan largo e intenso como su vida; a pesar de lo mucho que viajaba, no hubo una sola etapa en la que no tuviera uno. Después de su divorcio en 1926, su terrier, Peter, se volvió no solamente su mejor amigo, sino su fuente principal de amor, compañía e inspiración. Diez años más tarde su querido perro se convirtió en protagonista de una de sus novelas más exitosas, El testigo mudo, en el cual Bob (nombre ficticio de Peter) es, desde luego, el único testigo de un asesinato.

Clarise Lispector es una cuentista y novelista maravillosa cuyo amor por los perros de carne y huesos sólo fue superado por su interés en el perro como personaje e inclusive protagonista, de la ficción literaria. Sus perros, misteriosos y entrañables ocuparon un lugar relevante en sus páginas y en su vida, existen muchos textos, muchas fotos, que atestiguan esa devoción, pero la más dulce e inolvidable es para mí esta frase que extraigo de Un soplo de vida, el último libro que publicó: “Mi perro me reaviva por entero. Sin hablar de que duerme a veces a mis pies llenando la habitación de cálida vida húmeda. Mi perro me enseña a vivir. El sólo está siendo. Ser es su actividad. Y ser es mi intimidad más profunda.”

Sandra Cisneros es una famosa autora chicana conocida por sus letras y por sus casas (la de “Mango street”, la más célebre de sus novelas y la estilo King William que vivió en San Antonio Texas y que causó enorme polémica cuando decidió pintarla de lila, rosa y verde) y como podrán imaginarse: gran amante de los perros. Tiene jaurías enteras, adoptadas y de preferencia de origen mexicano. Chihuahuas y xoloescuincles son sus razas favoritas, pero no se detiene a la hora de acoger nuevxs amigxs de todos los tamaños, colores y formas. En su reciente mudanza a la ciudad de Cuernavaca, llegó con la familia completa: ocho perros saltarines que han de acompañarla en su sueño de volver a la raíz.

Espero, queridxs míxs, que hayan disfrutado esta entrada especial, concebida para amantes de las letras y lxs perrxs. La próxima semana será mi última actualización de esta serie, dedicada, desde luego, a las escritoras y sus amores gatunos…