Pita: autora de sí

Extraña y solitaria. Mística y soberbia como monja visionaria. Personaje paradójico de las calles y de la escena cultural de nuestro país. Leyenda urbana. Poeta: gran poeta. Fenómeno femenino e inédito de su época. Bohemia y un poco chiflada: intelectual, pues, en el amplio sentido de la palabra. Inmune sempiterna al canónico narcisismo que tantos artistas ha destruido… No a Pita Amor; a diferencia de Arreola y de Novo, su vanidad sigo creciendo a lo largo de toda su vida sin llegar a opacar jamás la lucidez de su talento.
Un alma atormentada con una vida trágica que nunca quiso asumir ni portar. Para Pita la compasión no era para nada una virtud, probablemente por esta razón decidió ocultarse de todo y de todos cuando su vida perdió el rumbo. Algunos de sus biógrafos afirman que cuando se le hablaba -por ejemplo- de la muerte de su único hijo ella contestaba solamente “¿Crees que eso pueda ser cierto?” Ella no lo creía.
Pita era un universo en sí mismo, su único punto de referencia. Desde niña se rigió a sí misma por su propio instinto, su personal e intextinguible fe, su naturaleza ingobernable. Las reglas y las normas sociales le parecían ridículas. Todo acercamiento a su persona resultaba en un choque o en un atropellamiento: Pita, como una locomotora, arrasaba todo con su indolencia, con esa clarividencia que le era tan única y tan propia.
A la mitad de su vida se sumió en una depresión profunda. Escapó de las reuniones, las editoriales, de los escándalos (su elemento) y -experimento y resultado de sí misma- volvió octogenaria y renovada para despedirse de un México que la miraba, aún impreparado y atónito.
Monstrua, genia y fenómeno. Mujer pionera y legendaria. Ella fue su propia casa, su propia juez y verdugo. Ella la taumaturgia que nos entregó haces de luz, tinta y sangre. Las calles de la zona rosa siguen extrañando hoy a su reina loca, a su diva eterna e inalcanzable, como la poesía.

“Shakespeare me llamó genial
Lope de Vega infinita
Calderón, bruja maldita
Y Fray Luis la episcopal;
Quevedo, grande inmortal
Y Góngora la contrita.
Sor Juana, monja inaudita
y Bécquer la mayoral.
Rubén Darío, la hemorragia;
La hechicera de la magia.
Machado, la alucinante.
Villaurrutia, enajenante
García Lorca, la grandiosa.
¡Y yo me llamé la Diosa!”

Pita Amor