La sucia palabra con ele

La literatura lésbica es tan antigua que podemos decir que en tiempos anteriores a Platón ya existía algo que podría catalogarse como tal. Seiscientos años antes de nuestra era, Safo de Lesbos compuso los poemas de amor entre mujeres más conocidos de la humanidad. La narrativa, sin embargo, tuvo que esperar más de dos mil años. La primera novela lésbica de la que se tiene registro fue publicada en 1928 en Inglaterra y llevaba por alegre título El pozo de la soledad.
Imagino -porque siempre imagino- que en este punto ya se estarán preguntando qué demonios es lo que esta mujer define como literatura lésbica y por qué hace tanto hincapié en que dicha literatura sea presentada en prosa o en poesía. Y tienen razón (lxs lectorxs de mi imaginación siempre la tienen), antes de hablar de una literatura hay que delimitar claramente sus fronteras, sus alcances, en ese sentido aclaro que cuando digo “literatura lésbica” me refiero a toda la producción de textos escritos por mujeres que se identifican a sí mismas como lesbianas, mujeres cuyas decisiones de vida las implicaban erótica y afectivamente con otras mujeres de manera importante y que decidieron narrar experiencias reales o ficticias de esta identidad y estas relaciones. Entonces, ¿por qué decido -maliciosa y tendenciosamente- excluir a la poesía de esta definición? precisamente porque mediante esa cualidad suya de decir sin referir frontalmente, la poesía se vuelve resbaladiza e incatalogable.
Sor Juana Inés de la Cruz, Concha Urquiza, Gabriela Mistral, Emily Dickinson, por mencionar unas cuantas, han pasado -tan lenchas y campantes- por debajo de los radares del stablishment literario, durante muchos lustros, décadas o hasta siglos. Ellas son y serán por sobre todas las cosas poetas y la poesía no tiene necesidad de explicar ni de ser explicada. Hoy en día muchxs discuten si la misma Safo era o no lesbiana…
La narrativa en cambio necesita palabras claras; escenas que puedan ser producidas en la mente de lxs lectorxs, frases que describan hechos, situaciones, acciones y pensamientos y que quedan por lo tanto en el campo de lo concreto y delimitado. Cuando Virginia Woolf cuenta que en una novela que encontró “casualmente” en la biblioteca de la universidad leyó que “A Chloe le gustaba Olivia”, no podemos entender con esta ninguna otra cosa más que la dicha: no hay metáfora, no hay recurso, adorno, hermenéutica retorcida que pueda tergiversar lo escrito. Cuando Radclyffe Hall publicó “El pozo de la soledad” tuvo que sufrir censura, persecución y un juicio por inmoralidad. La propia Woolf opinó que era injusto que el libro fuese retirado de las librerías y sin embargo no se atrevió a defenderlo, ya que desde su punto de vista, no era literatura.
Escribir narrativa lésbica implica saber que defiendes lo que a una gran mayoría le parece indefendible: el derecho de las mujeres de contarse una historia sin hombres y por tanto, una declaración de guerra para quienes, como Woolf, refrendan y ejercen el poder con un estilo descarado y varonil. Escribir novelas y cuentos lésbicos
significa poner en el centro lo que se encuentra al margen del margen, darle voz a las miles que voluntariamente callan y a las que son acalladas. Sobre todo, escribir literatura lésbica es confesarse culpable porque la autora y sus personajes quedarán irremediablemente unidas, prestándole la primera su rostro y nombre a ellas y las segundas su palabra a la primera. Escribir narrativa lésbica es inventar un mundo donde esto que somos quepa y pueda ser dicho desde el elevado pináculo de la intelectualidad; he ahí su naturaleza subversiva y herética.
Entonces, lesbiana, marimacha, andrógina, bicicleta o inetiquetable niña queer, cuando veas uno de esos tesoros, cuando encuentres por ahí un texto perdido y abandonado que diga que a Chloe le gustaba Olivia, que Stephen Gordon ama a Mary, que Guadalupe seduce a Claudia o que tantas otras beben, bailan, besan, llevan serenata, recógelo amorosamente, pégalo a tu corazón, hazlo tuyo con la consciencia de que sin estas narradoras andaríamos por ahí: huérfanas, mudas, invisibles… y si todo lo anterior no te ha convencido, entonces ESCRIBE.