Escribir de la Semilla

La escritura, para convertirse en literatura, necesita dicen pasar por el rasero de las editoriales, por el ojo de aguja de la crítica, por los intereses de varias generaciones: por el complicado proceso de convencernos a todxs de que puede hablarnos de lo que nos es inherente, valioso y -por tanto- universal. La Literatura (escrita así: con mayúsculas) es un privilegio de seres elevados por encima de nuestro alcance y proporción, alejada de nosotros “simples mortales” que con dificultad agarramos la pluma para hablar de banalidades o sentimentalismos: cosas que nos son indispensables por tan cercanas, pero que probablemente no sean del interés de nadie. No es así. La “Gran Literatura” no está hecha por grandes personas que hablan de grandes temas; la gran literatura está tejida con los hilos de la intimidad, la subjetividad, la autorreferencialidad y en muchos casos, la propia historia de vida.
Escribir sobre unx mismx no tiene menos valor, representa, por el contrario, un reto a la honestidad y la autocrítica, un ejercicio de memoria y paciencia y también una oportunidad para volverse a contar la vida: volverse a lamer las heridas, volver a gozar los éxitos, volver a reír las anécdotas; pasar los dedos por las cuerdas tensas de aquello que nos movió y encontrarlas igual de afinadas que cuando lo estábamos viviendo. Atreverse una o uno mismo a caminar de nuevo esa casa familiar de los espantos y las maravillas infantiles, entrar en esa cocina de los aromas y los recuerdos de tantas fiestas donde aprendimos a amar, a odiar, a fingir, a desear… A encontrarnos nuevamente con los afectos protagonistas de nuestra historia emocional.
¿Por qué escribir de la propia madre? ¿Por qué escribir de la propia abuela? ¿Por qué escribir esa historia placentera o dolorosa de nuestra relación con ellas? Escribimos para salvar aquello que amamos. Escribimos para volver disponibles a quienes ya no están. Escribimos para recordar. Para explicar y explicarnos. Para presentarle al mundo nuestro pasaporte de origen. Escribimos para salvarnos del olvido. Para ponerle un dique al tiempo que todo lo erosiona y lo destruye. Escribimos para entender las motivaciones de seres que nos son a un tiempo imprescindibles e inexplicables. Escribimos para sanar nuestro linaje. Escribimos para actuar diferente y mejor con los que vienen o vendrán.
La semilla entrañable. Taller de elaboración de textos literarios acerca de la (propia) madre y/o la abuela no es un taller literario convencional. No es, como en la mayor parte de los casos, el género escritural lo que nos convoca: escribimos teatro, poesía, guión, colección de cuentos y/o relatos, collage, novela, biografía y
autobiografía, recetarios, refraneros y en cada cual nos acompañamos unxs a otrxs hasta el lugar tenebroso de nuestros recuerdos. Resistimos el miedo, la nostalgia, la vergüenza y a los fantasmas, juntxs. Es un taller donde se llora mucho, donde se sufre, se disfruta y se ríe; un taller donde se encuentran amigxs capaces de comprender eso que duele tocar y que sin embargo, queremos palpar con ambas manos. Un taller donde se escribe y se rompen a propósito las corazas de lo inenarrable.
Nosotrxs narramos madres y abuelas maravillosas, de esas a las que se les extraña toda la vida, narramos su valor, su fuerza, su entrega, su legado de enseñanza y amor. Narramos madres y abuelas terribles, de esas que arrebatan hasta la alegría o el aire para respirar y que en muchos casos pueden paradójicamente ser las mismas. Narramos madres y abuelas en tres dimensiones, no hacemos apologías ni vituperios; buscamos su volumen verdadero para explicarlas dentro de nuestra vida, para medir de manera coherente su injerencia nuestras decisiones y nuestra manera de proceder.
La semilla entrañable es, por tanto, un desafío no solamente literario, sino personal: escribir como quien cartografía un mapa de su propia vida y trayectoria; narrar a la madre y a la abuela como una manera de perpetuarlas y de hacerlas reales en el mundo, más allá de nuestra propia piel y huesos, más allá -probablemente- de nuestra propia época, si tenemos suerte. Narrar a la madre y a la abuela para entenderlas y honrarlas, para perdonarle sus múltiples defectos, para reconocerlas en toda su humanidad.
Yo escribo sobre mi madre porque no acepto que haya muerto y para no dejarla morir mientras yo viva. Escribo sobre mi madre porque el haberme constituido dentro del vientre de otro ser es una deuda y una herida muy difíciles de subsanar. Escribo sobre mi madre para reunirme con ella un rato todos los días como lo hicimos durante 20 años, sin falta. Escribo sobre mi abuela porque me di cuenta de que cuando ella no esté conoceré la verdadera dimensión de la palabra orfandad…
Si tú tienes estas u otras razones, si quieres escribir sobre tu propia madre o tu abuela o abuelas (o sobre ambas o las tres), aquí estamos: ávidxs de saber de ellas, te estamos esperando para caminar contigo hasta la más profunda entraña de tu semilla y de regreso.


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