Dulces lapsus de cordura para la mujer moderna

A veces (y no trates
de restarle importancia
diciendo que no ocurre con frecuencia)
se te quiebra la vara con que mides,
se te extravia la brújula
y ya no tienes nada.
El día se convierte en una sucesión
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito.
Y lo vives. Y dictas el oficio
a quienes corresponde. Y le das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh, sólo por encima)
la marcha de la casa, la perfecta
coordinación de múltiples programas
-porque el hijo mayor ya viste de etiqueta
para ir de chambelán a un baile de quince años
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio
tiene un póster del Che junto a su tocadiscos.
Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria
del que surge el menú posible y cotidiano.
Y aún tienes voluntad para desmaquillarte
y ponerte la crema nutritiva y aún leer
algunas líneas antes de consumir la lámpara.
Y en la oscuridad, en el umbral del sueño,
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio, la cata
de marear, el libro
con cien preguntas básicas (y sus correspondientes
respuestas) para un diálogo
elemental siquiera con la Esfinge.
Y tienes la penosa sensación
de que en el crucigrama se deslizó una errata
que lo hace irresoluble.
Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes
dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no tragas una
en la que se condensa,
químicamente pura, la ordenación del mundo.

“Valium 10”, Rosario Castellanos

Funcionar. Seguir funcionando. Contra todo pronóstico: día y noche durante los 200 hábiles del calendario escolar. Durante las evaluaciones y los extraordinarios. Durante las vacaciones con hijxs. Dar la clase. Investigar. Producir. Parecer normal. Vestirse adecuadamente a tu rango, edad, color de piel, tipo de cuerpo; no verte frívola, descuidada, provocativa ni anticuada. Morir de pie, como un árbol. Despertar viva al otro día, azorada y no tan agradecida… Seguir… Seguir sin descanso… Pocas académicas confiesan esto; pocas madres, esposas, hijas: el costo de mantenerse cuerda es aceptar, como Castellanos, que se ha enloquecido.
La mayor parte de las escritoras mexicanas anteriores a los ochenta tomaron medicina psiquiátrica; muchas, inclusive, estuvieron internadas en instituciones de “salud mental”. Opio, Valium, Diazepam, Prozac, Xanax, Rivotril se administran a destajo a señoras agotadas, dependiendo de la moda de época: las mujeres siempre hemos estado locas.
Rosario Castellanos, pionera en todo, se desnuda en este poema y pone su dedo -casi puntiagudo- en la llaga de millones; las sobresalientes mujeres profesionistas habrán de pagar su ambición con jirones de estabilidad, prestigio y bonhomía, llevarán existencias sobresaltadas y sin cuartel y -probablemente- necesitarán drogas para ordenarse y mantenerse.
Valium 10 es el grito desesperado de la buena madre, la buena maestra, la buena ama de casa que no puede más y a la que nadie mira. Castellanos, visionaria y siempre vigente, nos regala una pregunta tácita a la que ni la Esfinge le ha dedicado siquiera un triste acertijo sin respuesta.El libro se presentó en una conmovedora lectura íntima. Mi voz, agrietada y temblorosa confesó todo el dolor de lo vivido. Abracé, me abrazaron: sobreviví a una más de mis empresas imposibles. Volví a casa a convalecer. Manrique siguió haciéndome versos en la cabeza.