Las vísperas

Una reflexión desde el aislamiento

Empezar el año, por segunda vez así: sin saber cuándo ni cómo volverá a empezar la vida. Empezar el año con las conocidas contagiadas o -¿por qué no?- contagiada una misma. Pausa. Play. Pausa. No se puede correr del todo la cinta. La película insiste en atorarse y nosotras nos morimos de desesperación porque no sabemos esperar. 

En cama, pienso en tantísimas autoras que escribieron sus obras mientras estaban enfermas. Otras, postradas de por vida (o por grandes periodos de la vida) encontraron formas de rasgar el velo de la monotonía y trascender…

Las tres hermanas Brontë, Maya Angelou, Silvia Plath, Inés Arredondo, Charlotte Perkins Gilman, Virginia Woolf, Aline Pettersson, Jane Austen, Rosario Castellanos, Emily Dickinson escribieron partes de sus obras o algunas obras enteras estando enfermas física o mentalmente; lo sabemos porque es historia, porque es parte fundamental de sus historias, de sus personalidades (¿de sus épocas?). Pero nosotras no, no podemos, si enfermamos todo tiene que seguir, nada puede detenerse, o no por demasiado tiempo. 

Enfermar es en sí una pausa de la vida. Un despropósito que tiene como único objeto reunir fuerzas para seguir viviendo. Esperar es para mujeres de otros tiempos. No para las que estudian y trabajan, no para las que trabajan y crían niñxs, no para las que, en ciertos momentos de la vida, hacen las tres cosas y treinta más. Esperar es para las que bordaban en la ventana, las que convalecían fiebres y partos, las que secaban hierbas al sol para hacer un guiso en el siguiente cumpleaños de la hija o del marido… Esperar es para las niñas March, para Anne de Green Gables, para Penélope: nosotras no somos esas y, sin embargo, enfermamos.

Estar presa de la casa, de la recámara, inclusive, puede ser una enorme oportunidad. El autoconocimiento, el autocuidado y el autoamor nunca se vuelven más reales y necesarios que cuando se está reposando. Es un espacio de obscuridad y gestación; por lo mismo un periodo de creatividad y transformación personales. 

Mientras más nos alejamos del momento presente más común era pasar largos estadíos enferma: antes de la asepsia, de las vacunas, los analgésicos, los antibióticos estar enferma era natural, podían resistirlo, atravesarlo, un día a la vez, las de mediados del siglo pasado (las que mencioné y otras) dejan ya un grueso testimonio de cómo la enfermedad las hacía sentir culpables, contravenía su idea de autosuficiencia y poder. Porque estar enferma es principalmente soltar el control, volver al lugar de lo básico: alimentación, descanso, digestión, respiración, temperatura; es dejarse estar y, en ese dejarse estar, dejarse estar mal.

Entonces (y esto es lo que me queda después de un enero que ha durado más que algunos años) ¿qué es lo que necesita una mujer contagiada o enferma para tomar o retomar la oportunidad de cuidar adecuadamente de sí misma (y con un poco de suerte, hasta escribir alguna de las grandes obras del nuevo milenio)? Primero, soltar el control: que se caiga todo, que siga su curso sin supervisión, que sea al modo de otras, por un tiempo. Una red, chiquita o grande, pero sólida y confiable con la que pueda ser totalmente transparente acerca de su situación de salud, económica, las responsabilidades y necesidades que este grupo deberá cubrir mientras vuelve a estar fuerte. Valor (porque se requiere valor para transitar la vulnerabilidad, la debilidad, los dolores físicos). Humildad para pedir y recibir la ayuda y paciencia.

Y tú, suertuda, si no estás contagiada, ni enferma, ni en recuperación de alguna otro padecimiento hoy; encárgate amorosamente: Limpia, cocina, cuida a lxs gatxs, lxs abuelxs, los niñxs de las otras, ve a la compra, haz, da, pon de tu parte porque si no nos tenemos unas a las otras, entonces, de verdad, estamos solas.