Para Ciro y Luci.
Para Malicho en el cielo de mi recuerdo.
Para Tere, con amor.
No es sólo que la gente hable cada vez más banalidades. No es sólo que prefieran la dulzura de los espacios propios que el extenuante esfuerzo de socializar y tratar de caer bien. No es sólo que este oficio que embelesa y abisma se alimente de las largas horas de encierro; es también la necesidad de silencio en compañía, el anhelo paradójico de sentir algo vivo y querido respirar mientras se desarrollan universos enteros a los que nadie más puede acceder…
Duendes o ángeles menores, llamadxs amigxs siempre y muchas veces también “hijxs”, “compañerxs” o “guardianxs”, poseen un nombre genérico -mascota- que significa “bruja pequeña”.
Las mascotas más comunes en el mundo han sido, por supuesto, perros y gatos. Durante muchos siglos tener un perro o gato en casa significaba una protección energética y un símbolo de buena suerte. En muchos casos, el nombre mismo del animal de compañía era para lxs dueñxs un talismán, por lo que consideraban conveniente llamarle en público con un apodo.
La relación que se establece con las mascotas rompe la lógica social. Quien las tiene no necesita tanto la costosa compañía de las personas, se siente confortadx en las tristezas y consoladx en la desgracia, pero de una manera muy diferente: sin prejuicio ni juicio, sin crítica, sin consecuencias. El valor de este afecto -acrítico, gratuito y desinteresado- aumenta miriáticamente cuando se es mujer; este tipo de amor es el que se supone brindamos las hermanas, esposas y madres, pero no es el que recibimos de vuelta. Para ser amadas las mujeres debemos “merecerlo” y portar este merecimiento (por virtud o belleza) como una medalla prendida al pecho durante toda la vida.
Las escritoras -monstruas mitológicas, animales fóbicos, raza de hechiceras- en pocas ocasiones cumplen con los estándares exigidos a las mujeres para ser queridas, deseables o ejemplares. Cumplen más bien, en la mayor parte de los casos, con todas las características impropias de su sexo: mentes brillantes, fuertes opiniones, poco interés por la belleza física y las labores domésticas y -desde luego- un rico mundo interior que las ocupa y las mantiene alejadas del naturalizado oficio femenino de cuidadora.
Célebres escritoras de todos los tiempos han amado e inmortalizado a sus perros y gatos a través de sus escritos o bien haciéndose retratar y/o fotografiar con ellxs. Algunas prefirieron misteriosxs felinxs y otras fieles canes de ojos melancólicos y mirada enamorada. La fama de estas mascotas es en algunas ocasiones equiparable a la de sus dueñas, a nuestros oídos llegan sus nombres, ya desde hace tantos años en desuso, medallas y cascabeles olvidados en el fondo de un cajón, pero entrañables para siempre.
Este texto es el primero de una serie en la que pienso abordar algunos datos sobre escritoras y sus mascotas. Un homenaje a ese afecto puro y bestial que sólo comprendemos quienes lo vivimos así. Espero la sigan y la disfruten…
Las gateras
Elena Garro (1916- 1998) y Helena Paz (1939- 2014)
Doris Lessing (1919- 2013)
Patricia Highsmith (1921- 1995)
Amparo Dávila (1928- )
Alejandra Pizarnik (1936- 1972)
Rita Mae Brown (1944- )
Las perreras
Emily Dickinson (1830- 1886)
“Los perros son mejores que las personas porque saben pero no cuentan”
Radclyffe Hall (1880- 1943)
Virginia Woolf (1882- 1941)
Agatha Christie (1890- 1976)
Clarise Lispector (1920- 1977)
Sandra Cisneros (1954- )