Llevo tiempo reflexionando en cómo las cosas que hacemos inocente, desapercibida y cotidianamente pueden resultar sumamente abusivos, discriminatorios y violentos para la gente que nos rodea. Cómo hablamos sin pensar, cómo preguntamos cosas que no son de nuestra incumbencia, cómo nos hemos acostumbrado a faltar el respeto a lxs demás porque crecimos viendo a otras personas hacerlo.
La repetición mecánica de estas conductas lastima todos los días a alguien más y esa es precisamente la razón por la que me di a la tarea de compartir esta serie de reflexiones en torno al maltrato consuetudinario. Espero les gusten, pero sobretodo que sirvan para detener esta lógica de molestar a lxs otrxs, sólo porque no nos interesa conocer saber cómo se sienten.
Estas reiteradas violencias y discriminaciones usualmente están dirigidas a quienes tienen alguna desventaja económica, física, legal, intelectual o jerárquica; a miembrxs de grupos minoritarios o poblaciones vulnerables; así que excusarse en la ignorancia o salirse por la tangente diciendo que las cosas que se dicen o se hacen son broma; es un flagrante abuso.
Cuando mis estudiantes de 8 a 12 años molestan a alguna/ún compañerx y estx lxs denuncia, casi siempre se justifican diciendo que lo que hicieron o dijeron es un chiste o un juego, entonces yo les pregunto: ¿ella/ él también se está riendo/ divirtiendo?
Yo, al menos, no me conformo ni quiero conformarme con maltratar, con ser una persona que va cómoda por el mundo incomodando a lxs demás, prefiero crecer, prefiero entender, prefiero indagar, cuestionar, cuestionarme, esforzarme en cambiar para ser mejor: a quienes se sienten igual, a quienes no tienen miedo de ponerse zapatos ajenos, dedico amorosamente estos textos.