Aplastada debajo de un cúmulo de nombres demasiado pesados, de una miríada de opiniones encontradas, de ser diagnósticos emitidos por personas que nada saben de psiquiatría, de una biografía entretejida con telenovela y leyenda negra, se encuentra -incólume e ignota- la obra impresionante de Elena Garro. Una colección robusta en varios géneros (cuento, poesía, teatro y novela) producida a lo largo de los cuarenta años que se dedicó casi exclusivamente a la escritura. Una obra que hubiera bastado a cualquiera para consagrarse definitivamente en las páginas de la historia, en los libros de texto, en las aulas, en los teatros, pero no a Elena Garro; esa pobre manzana jugosa que una vez caída, se la chupó el diablo.
Y no estoy diciendo con esto ni que nadie la conozca, ni que nadie la estudie, ni que nadie la lea; digo que la calidad de su trabajo hubiera puesto a México en el mapa de la literatura universal, aunque no existieran ni Paz, ni Rulfo, ni Arreola, ni Fuentes, ni Pacheco ni la mismísima Sor Juana. Que debería tener, como ellxs, escuelas, calles, bibliotecas, premios, cátedras y auditorios con su nombre pero, a diferencia de ellxs, sigue pesando más su vida (o como dije ya, su leyenda) que la imponente estatura de su genio.
A Garro le debemos grandes innovaciones en el manejo de los tiempos y los espacios, un lenguaje poético no realista dentro de la narrativa y el teatro, la recuperación de un pasado y presente indígenas exentos de patrioterismo y folclorismo y una de las novelas más interesantes escritas en español: Los recuerdos del porvenir.
A Garro le debemos un retrato crudo de la pobreza, la superstición y la injusticia que aunque siguen vigentes en nuestro país, parecen ser cada vez de menor interés para lxs intelectuales mexicanos; una permanente crítica al poder y al abuso implícito en todas las jerarquías sociales, familiares y políticas.
A Garro le debemos la mayor parte de los recursos del realismo mágico de los que tanto se vanagloria toda América Latina.
A Garro le debemos algunos de los episodios literarios más lúcidos sobre la condición de las mujeres en nuestro país y el mundo.
Cada texto dramático, cada relato, novela o poema es testimonio y denuncia de gran valor y poder, una herramienta de emancipación y por supuesto, una obra de arte, pero hoy cada persona que habló de ella en el 101 aniversario de su nacimiento se sintió obligada a mencionar sus relaciones y su entorno como si eso explicara, como si eso importara, como si eso definiera una de las plumas y las mentes más brillantes del medio siglo mexicano.
Hoy, en su día, no existe homenaje más grande que leerla, conocerla y reconocerla en su escritura, en ese portento invencible que es y será su literatura, a pesar de todo y de todxs.