2.- Denunciar: sirve para dejar testimonio. Hacer válida una voz que muchas veces fue acallada por lealtad a nuestrxs agresorxs, temor a ofender, incomodar, a ser juzgadxs, perseguidxs o por la creencia de que hay que perdonar o “superar” las cosas porque ya pasaron. El problema es que si no trabajamos las heridas, nunca podemos reacomodar ni resignificar nuestra experiencia (superarla). Cuando narramos eso que nos marcó, aceptamos frente a nosotrxs mismxs que lo que nos hicieron (voluntaria o involuntariamente) fue un daño, que nos dolió y que como todo daño merece un reconocimiento y una reparación.
3.- Sacar del sistema. Hacer catarsis: liberar las emociones enervantes y/o dolorosas vinculadas a nuestros recuerdos. No los recuerdos en sí, sino su valor.
Al escribir, cada unx de nosotrxs interpretamos y reescribimos lo vivido: lo explicamos a un/a lector/a ideal y comprensivx y de ese modo le damos significado a lo que nos ocurrió.
Nadie puede perdonar lo que no comprende. Nadie puede superar lo que aún duele. Nadie podemos sólo seguir sin que se nos reconozca lo que hemos sufrido, sin que haya algún tipo de desagravio.
La escritura nos privilegia con todas esas posibilidades. Si resistimos la contemplación de nuestro propio desastre, podremos adentrarnos en el recuerdo cargado de afectos, sentimientos y sensaciones terribles para irlo desenmarañando. La ubicuidad narrativa posibilita el entender las motivaciones de nuestrxs agresorxs (cuando hay alguna distinta de la crueldad pura), el reacomodo liberador de los hechos y en muchos casos, la solución ficcional (simbólica) de los conflictos.
Quien narra es capaz de colocarse en todos las perspectivas (personajes) de una historia, pero es, finalmente, la única voz que determina los hechos y la manera en que estos son presentados. La escritura, sin importar si es autobiográfica o ficcional, es poder y sirve como antídoto contra la victimización, el silencio, la vulnerabilidad, el caos y el olvido.
¿Cómo funciona?
El curso de la construcción narrativa es personal y por ende inenarrable, sin embargo el ejercicio de narrar el abuso (sea ese el objetivo del texto o no) tiene varias instancias que pueden ser observadas prácticamente en todxs lxs que decidimos compartir nuestro proceso en un grupo.
La primera etapa es la que yo tanto en mi faceta de escritora como en la de tallerista considero la más difícil de todas: descubrir y aceptar el abuso. Decir-nos que la sobreprotección de nuestra madre, la irritabilidad de nuestro abuelo, las bromas pesadas de nuestra mejor amiga, el nombre “de cariño” que nos puso nuestro primer novio, las constantes comparaciones que hacía nuestra tía nos dolían y -aún peor- nos siguen doliendo. Aceptar frente a nosotrxs, lxs compañerxs (si lxs hay) y lxs lectorxs que fuimos lastimadxs, maltratadxs, heridxs, malqueridxs, abandonadxs y/o ridiculizadxs y que, al menos hasta ese momento, seguimos arrastrando ese peso. En este momento de la creación hay que hacer muchas pausas para reconocer cuáles eran las motivaciones y/o circunstancias de quien/es nos infringieron esos daños, las nuestras y toda la sintomatología (física, emocional, psicológica y espiritual) que presentamos en consecuencia. Porque el abuso, por pequeño que parezca, deja secuelas de comportamiento, complejos y creencias falsas que -una vez identificada su raíz- pueden dejar de controlar nuestra vida. El siguiente paso se da inmediatamente y por consecuencia: podemos detener o neutralizar esas emociones negativas para verterlas en el texto (personaje). Ya no soy yo quien tartamudea, llora por todo o tiene pesadillas, es mi protagonista, uno de mis personajes o un yo ficcionalizado. El exorcismo comienza a surtir efecto: el recuerdo queda finalmente en el pasado. La última instancia sería que de este trabajo pudiéramos sanar y ayudar a sanar a otrxs que se identifiquen con nuestro texto. Esta parte rara vez se puede ver en los talleres, pero se intuye; al final de los mismos nos hemos hermanado sin importar si éramos originalmente afines o no, nos comprendemos. Reímos unxs de las historias de lxs otrxs, hacemos chistes sobre mucho de lo vivido, liberado al fin de su ominosa y secreta importancia. No repetir sería la finalidad última y trascendente de este viaje de consciencia, sanar a nuestrxs abusadorxs y no reproducirlxs nunca.
Construirnos libres mediante la ficción
Somos intrínseca y esencialmente libres. Nada ni nadie puede esclavizar nuestro pensamiento ni nuestra capacidad de decidir cómo reaccionamos a los (correctos o incorrectos) ejercicios de poder de lxs demás.
Todo acto de escritura es un trabajo de ficción porque a fin de cuentas, la realidad es una convención limitada cuya mayor parte no puede ser demostrada.
Narrar la experiencia dolorosa del abuso es en sí una subversión, no de las posiciones dadas, pero por lo menos de las aprehendidas y experimentadas en una relación desigual. Convertirse en quien cuenta la historia empodera, libera y permite reinterpretar, porque la vida, como en el sueño, no todo lo que ocurre puede ser traducido en palabras, pero nos permite explicar-nos.
Si estás cansadx de contarte esa misma historia, de hacerte las mismas preguntas, de pasar por tu cabeza una serie de imágenes demasiado viejas, demasiado vistas, atrévete a penetrar en tu secreto para que pongamos juntxs sobre la mesa un nuevo guión para tu película.