Feria del Libro de Guadalajara, 1950. Al joven encargado del stand del Fondo de Cultura Económica se acerca una excéntrica solterona que le pide venda por ella unos cuadernillos horrendos, escritos a máquina, mal cosidos y (muy mal) pintados a mano. Contienen un solo cuento y pide, nada más y nada menos, que la escandalosa cantidad de 10 pesos (un Hidalgo de plata de ley) por cada uno. El empleado, probablemente divertido con la ocurrencia, acepta venderlos y le sugiere que regrese a cobrar una semana más tarde, pero antes de pasadas las 24 horas la mujer se apersona en el puesto y se complace al saber que todos se habían vendido, así que vuelve a su casa a toda carrera, recoge los cartones que dejó secando en el patio y regresa a las pocas horas con una nueva y limitada colección.
Durante esos días en la FIL, Guadalupe Dueñas vendió varios ejemplares de “Las ratas”, “La tía Carlota” y “La historia de Mariquita” y tuvo la suerte de tener entre sus lectores a Octavio Paz, Julio Torri y Alfonso Reyes, este último, junto con Emmanuel Carballo, buscaron en su nombre oportunidades de publicación, dando por hecho que la autora de 34 años era una viejita decrépita que con dificultad podía salir de su casa.
Dueñas: loca y bromista, nunca se tomó en serio el papel de escritora aunque dedicó su vida a escribir. En una de las poquísimas entrevistas que se le hicieron, ella contó que llevaba un diario y que escribía mayormente poemas, desde la edad de doce años. “Cuadernos de burradas” los llamaba ella: cuentos, poemas, cartas y diarios dedicados a una pasión que la siguió toda su vida.
Guadalupe Dueñas, cuentista incomparable, nació en la Ciudad de Guadalajara en 1920 en el seno de una familia numerosa y ultracatólica. Su vida transcurrió entre el hartazgo y el aburrimiento que su entorno familiar y social provocaban en ella. Sus cuentos, espejo de aumento de dicha sociedad, presentan personajes incapaces de romper con la condición que se les es dada, presos de circunstancias, creencias o morales todopoderosas que los aplastan.
Su voz, aparentemente lúdica, no parece tener otra salida que hacia dentro: en nuestra piel, en nuestras entrañas, en el material del que están hechos nuestros sueños, nuestras pesadillas; ahí habitan sus palabras, sus imágenes dolorosas, sus metáforas alucinantes, sus personajes terribles que se nutren de nuestro temor y nuestro deseo, de nuestra anormalidad disimulada y contenida.
Conocer a Dueñas es requisito indispensable para quienes se han sentido inadecuados, insuficientes, irreales y por eso la amo: porque fue la única grande tan poco cuerda como para empezar un viaje a la eternidad con tan poco miedo al ridículo.
Dos años después de aquella Feria del Libro, Guadalupe Dueñas se mudó a la Ciudad de México donde radicó hasta su muerte en 2002. Vivió de la escritura de telenovelas (en una época donde hasta Revueltas lo hacía), publicó cinco libros, gozó de muchas de las prerrogativas de los escritores “de a de veras” y nunca dejó sus modos de señora provinciana, sus vocablos hilarantes, su incorrección política ni sus faltas de ortografía porque en el fondo se sabía grande y no lo necesitaba probar.
A principios de los noventa, el comunicólogo Leonardo Martínez Carrizales quiso realizarle una exhaustiva entrevista que se convertiría después en su biografía oficial, pero después de las primeras sesiones, Dueñas decidió que era mejor recogerse en su casa para prepararse para la muerte, proceso al que se dedicó totalmente por casi una década.
El 96o aniversario de su nacimiento será el próximo 19 de octubre.
Conoce a más de Guadalupe Dueñas en el curso 9 cuentistas mexicanas.