Sin excusas para el olvido

Veinte días de abril me he estado evadiendo, treinta y tantos días, desde el ocho de marzo, para hablar de este tema ¡qué fastidio! tener que hablar de este tema… Es que las mujeres somos muy repetitivas, obsesivas casi, discólicas; mucho más, las feministas y es que a más de cuatro años del #meetoo y a veintidós años de que se diera a conocer el llamado “Caso Trevi-Andrade”, el abuso de jóvenes mujeres y niñas por parte de poderosos hombres del espectáculo vuelve a ponerse en el centro de la discusión y no, no parece que me haya cansado o me vaya a cansar mientras viva de hablar del tema, no porque considere de forma alguna que las mujeres y hombres del espectáculo sean distintos o más relevantes que el resto de nosotrxs (ya decía una brillante mujer de Twitter a la que cito todo el tiempo sin poder acreditar debidamente: “¿Para cuándo un metoo de los don nadie? Porque esos también acosan y violan…”), sino porque claramente son un reflejo (y amplificador) de los excesos de un poder patriarcal misógino, pedófilo, autocomplaciente y, en la mayor parte de los casos, impune.

El 8 de marzo de 2022 en medio de la anual conmemoración del día internacional de la mujer, la cantante Sasha Sokol decidió contestar a las declaraciones hechas dos días antes por el productor Luis de Llano Macedo en un programa de espectáculos en el que afirmó haber tenido un “romance” con ella cuando tenía catorce años y él 39. Tal aseveración no es sólo alarmante por la romantización del abuso, la aparente falta de conciencia del tipo con respecto a la magnitud de lo que hizo (confesar en cadena nacional haber cometido el delito de estupro), sino por la revictimización hacia Sasha quien tuvo que elegir entre su habitual silencio o, por primera vez, responder a su agresor. El apoyo en redes ha sido enorme para Sasha Sokol quien termina con un doloroso secreto de treinta y siete años para comenzar una no menos devastadora batalla legal y mediática contra un hombre que inclusive hoy, la minimiza, la subestima y la trata de hacer ver como copartícipe de sus actos que, según él (y quién sabe bajo qué códigos) no fueron ni inmorales ni ilegales.

Una semana más tarde, aprovechando la (misma) ola violeta, la actriz Evan Rachel Wood lanzó los primeros dos capítulos de la serie documental Phoenix Rising que realizó junto con la directora y guionista Amy J. Berg, en ella expone las muchas formas de violencia física, psicológica, emocional, espiritual y sexual a las que fue sometida durante los cinco años de relación que tuvo con el cantante Marilyn Manson. 

En el primer capítulo aborda principalmente los mecanismos mediante los cuales su abusador, en ese entonces de treinta y siete años, se ganó la amistad y la confianza de la actriz de escasos dieciocho. En el siguiente la escalada del maltrato y la violencia que la llevaron hasta los umbrales de la muerte en más de una ocasión. El segundo termina nuevamente en ese lugar: el escape, la ruptura del pacto entre víctima y victimario, la lucha inclusive por cambiar las leyes que amparan y solapan las conductas machistas en Estados Unidos, rasgar con un grito desesperado el silencio en busca de una justicia que queda en puntos suspensivos… Y nosotras, las espectadoras, las que celebramos el que levanten el tembloroso dedo y apunten al victimario sentimos con ellas y por ellas dolor, miedo e indignación.

Las cartas de Sasha Sokol (fácilmente localizables bajo el hashtag #LuisDeYaNo) y el documental de Wood y Berg no deben ser vistos como el fin de los abusos, sino como dos actos de valentía que pretenden cambiar las condiciones que propician estas violencias. Mientras no haya justicia, no puede haber conformidad. Para ustedes y para mí, que estos testimonios (indigestos, terribles) nunca pasen de moda, aún si parecemos necias, repetitivas, discólicas…