Madres paralelas

o nuevas formas de invertir en el tedio

A pesar de lo mucho que amo a Almodóvar,  he tenido que aceptar con los años que su producción es bastante dispareja: de variadas calidades, tesituras y gustos, puede complacer a lxs más exigentes o decepcionar a sus propios fanáticxs y eso, exactamente, fue lo que me pasó a mí.

Madres paralelas me pareció desde el inicio un poco cliché, varias películas y series recientes han abordado el tema del cambio de niñxs al nacer y las subsecuentes complejidades que implica involucrarse amorosamente con lxs recién nacidxs para descubrir después que son ajenxs. “Él sabrá darle el giro”, quise creer y me entregué a su propuesta que me siguió pareciendo cada vez menos convincente. 

Es que la representación que hace de las maternidades me parece acartonada y equívoca, los personajes femeninos (tan entrañables en otros de sus filmes) no revelan en ningún momento su conflicto sino que actúan por motivaciones desconocidas o, por qué no aceptarlo, gratuitamente. Construye tres maternidades problemáticas para no resolverlas nunca dentro de la escena, sino dejarlas truncas y pendientes: para jamás.

Lo peor para mí fue la manera en la que aborda la otra historia, la verdaderamente necesaria: la de las fosas con los cadáveres de los asesinados por el falangismo. Paralela y desdibujada, la segunda trama raya en la anécdota, no tiene la relevancia que debiera, parece una muleta, una excusa para decir que se dijo algo importante en ella no hay tragedia ni belleza ni catarsis y para colmo de males queda también bastante trunca.

No dudo que me lluevan piedras por lo que estoy escribiendo en este momento, pero, para mí y para ustedes confieso que la experiencia con esa nueva cinta de Pedro Almodóvar fue nada mas que un par de horas de leves malestares, seguidos de una melancolía insípida alrededor de algo que pudo haber sido mucho mejor.