Dios bendiga este claustro que habito: Sobre la soledad y la escritura

Las escritoras que por su condición de mujeres, de monjas, de enfermas o diagnosticadas locas; las que por haber cometido un delito o por haber sido culpadas de cometerlo, por tener agorafobia o por tener maridos demasiado celosos o por tener discapacidades que cancelaron o limitaron su libertad de moverse libremente en los espacios exteriores al doméstico vivieron en una condición de extrema reclusión, ausentes, olvidadas del mundo, convertidas en el fantasma de su hogar o en un motor que nunca para; las escritoras que pasaron la mayor parte de sus vidas entre muros tienden a construir una poética intimista propia, muy diferente a la del otra escritoras de su misma geografía y época.
Pareciera que la calle, su ruido, su gente, el barullo de las fiestas, las discusiones sobre política, el clima y precio de los tomates es el lodazal en el que encallan irremediablemente los barcos de la creatividad, la imaginación y las potentes frases poéticas. Estar recluida cuando se es escritora es una especie de condena y a la vez un privilegio del que no pocas, voluntaria o involuntariamente, se han beneficiado ¿Se puede concebir una Emily Dickinson que tuviera que cumplir con los compromisos de una dama de su época? ¿Imaginar una Sor Juana Inés de la Cruz enredada en los asuntos de la corte o dedicada a los muchos hijos y a las demandas constantes de un marido del siglo XVII? ¿Entender la poesía de Pizarnik sin las constantes de entradas y salidas de los psiquiátricos?
La escritora florece más en las sombras y en la oscuridad, como los hongos. La escritora necesitas la locura de las palabras que fluyen de manera hemorrágica cuando nadie le está hablando, la escritora necesita un jardín grande por donde nadie camine, la intimidad de muros silenciosos y puertas cerradas, la libertad de una vida sin acotaciones que raramente se encuentra al alcance de una mujer “normal” y “saludable”.
Por eso, mujer: Si quieres escribir no tengas hijos. Si quieres escribir no tengas marido. Si quieres escribir no tengas amigos. Si quieres escribir no tengas pasatiempos. Si quieres escribir no tengas compromisos. Si quieres escribir no trabajes. Si quieres escribir no tengas silencios incómodos. Si quieres escribir no tengas culpas. Y si ya tienes todo esto, o algo, si crees que no hay modo de salir:
enloquece. Ese es mi plan.